Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
Tenemos el tambor, que los nativos,
o un portugués, o varios de los castellanos que hablaban portugués, lo llamaron
mayohuacán o mayoquenque a partir de Maya, en honor a la Virgen María, porque
todo giraba alrededor de la casualidad del encallamiento de la nao con el
nombre de la Santa María y la fecha del nacimiento de su hijo Jesús, ocurrido en el Fuerte de Navidad. Y ¿acaso
no existía, un marino tonelero, con el nombre de Domingo, entre aquellos treinta y nueve hombres, especializado en
darle curvatura a las tablas de los toneles o barriles, y que como mismo hacían
las canoas, podían ahuecar un tronco de la palma para elaborar el cuerpo del
tambor que al principio solo contaba con un agujero rectangular y carecía de
parches por ambas caras y era percutido con otro pedazo de madera, y lo más
probable, guiados por los que ya existían en Guinea o cualquier otra parte de
África, y que más tarde lo fueron mejorando al utilizar la piel de sus jubones
o botas para los parches y lo elaboraran del árbol María (Maya), bautizándolo
con el nombre de mayohuacán o mayoquenque.
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