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jueves, 16 de agosto de 2018

Guachinangos en la Habana.


Autor. Ivo Basterrechea Sosa.

Los yucatecos, los campechanos y más tarde cualquier mexicano, desde los tiempos de la colonia, fueron reconocidos por nuestra sociedad habanera como guachinangos, y según Díaz del Castillo, significara extranjero. Y Pichardo la recogiera, suelen llamarse así las personas oriundas de Méjico y de todo el territorio que comprendía Nueva-España (6). Armas y Coll y Tosté, es voz mejicana; pero posiblemente tenga otro origen, aunque se use en Méjico para designar un pez, y en Cuba y Venezuela para designar a los mejicanos. Guachi en Colombia es hombre del pueblo. Quizá esta voz, como guachinango, provengan de guanche que se aplica aún hoy bastante en Cuba a los nativos de islas Canarias (isleños por antonomasia), y según la Academia, "dícese del individuo de la raza que poblaba las islas Canarias al tiempo de su conquista." A los indígenas mejicanos, burlescamente, como dice Suárez, se les pudo, pues, aplicar por su parecido étnico con aquellos isleños aborígenes, la voz guanche, con la desinencia despectiva ango, tan usada en Cuba y toda América, guanchenango (2). Así nos lo hacía ver nuestro ilustre Fernando Ortiz, pero en otra parte, el mexicano Joaquín García Icazbalceta nos daba otro concepto del vocablo guachinango. m. Pez de mar, notable por su color rosa subido, casi rojo, cuando está crudo, y que desaparece en el cocimiento. Se trae de Veracruz, y es el de mayor consumo en esta capital. En Cuba tiene el mismo nombre, y también el de pargo. Apodo que aplican en Veracruz á los originarios de las poblaciones arribeñas ó distantes de la costa. En Cuba á los mexicanos en general; y metafóricamente á la persona astuta, zalamera ó lisonjera con interés. (Terreros. Salva.)  "¿Qué, soy acaso algún sastre? ¡Háyase visto! Mulatos, Jibaros: criollos al fin: ¿Somos todos guachinangos, o polizones? (El Hidalgo en Medellín, p. 77.) 3. adj. Perteneciente al guachinango (2a acep.) ó propio de él. Pasó [una actriz] á la Habana. Notó sin duda que allí, como en todos los países donde se habla el castellano, advierten no sólo el defecto referido, sino también aquel tonillo afectado y humilde que vulgarmente llaman guachinango. (Diario de México, tom. VII, p. 107.) Cuba. Pichardo, p. 169; Macías, p. 603. Rivodó (p. 87) copia á Pichardo. Las etimologías que atribuyen á este nombre no satisfacen. Según Mendoza, es nombre geográfico, y viene del mexicano Cuauhchinanco, que se deriva de cuauhtla, bosque, chinamil, seto y co, lugar de; y en efecto, hay en Jalisco un pueblo de este nombre. Pero falta saber por qué pasó al pez y á las personas. Macías dice, hablando de aquel: "Especie de pargo colorado como los cachetes de los arribeños." Si admitimos esta explicación, podríamos decir que por ser general el color quebrado en los habitantes de las costas y de las Antillas, les llamó la atención el más fresco de algunos arribeños, y aplicaron al pez rojo el nombre que ya daban á aquellos. Más ¿por qué los llamaron guachinangos? ¿El nombre pasó del pez á los arribeños, ó viceversa? Macías asegura que Bernal Díaz se atrevió á decir que guachinango era voz indígena de Cuba en la significación de extranjero. No recuerdo el pasaje; pero la voz es indudablemente mexicana. El uso común es escribir con H el nombre del pueblo, y con G el del pez y el apodo (3), pero la realidad de todo es que guachinango era un adjetivo denigrante a los yucatecos que por su abundancia impusieron el nombre de Campeche a uno de los dos barrios en que estaba dividida la Habana, casi desde su fundación hasta principio del siglo XIX (4), y que más tarde estos guachinangos comenzaran a desaparecer regresando a su país en los momentos de la independencia mexicana o su descendencia se iba acriollando, porque en los censos colonialistas tanto a los yucatecos como a los chinos, los consideraban de la raza blanca. Es en estos años cuando llega a la Habana procedente de Veracruz otro mexicano, Antonio Ignacio López Matoso, percibiendo el tufillo racista y despectivo que nadie quería dejar impreso en el concepto, describiéndolo de la siguiente manera, cuando “pude dar mis salidas a las calles de la ermosa Havana” recogiendo la palabra guachinango en su vocabulario que pudiera ser el más antiguo de Cuba, como voz de desprecio a todos los nativos de Veracruz a todo el reino. Así es que asta los negros unos a otros cuando acen una picardía se dicen: esa es guachinangada. Aun en la jente de rango es este jenial desprecio. El año de 1818 paría la señora Yntendente una niña a quien se puso por nombre Guadalupe, y por cariño todos le decíamos Guachinanguita. Fue a visitar a la señora otra de las señoronas, y acostumbrada aqella al cariño dicho; dijo a una criada: traeme a la Guachinanguita. Al verla la visita dijo con seriedad: no le den ese nombre a esta niña ¿no ven que es blanca y bonita? (5). Como se ha podido apreciar en otra parte de la palabra guachinango algunos autores mencionan, era la forma de llamar al pez pargo, como Esteban Pichardo cuando nos envía al vocablo aclarándonos, es un pez mui abundante en estos mares, principalmente cuando hay arrivazones: su tamaño regularmente de media vara; color rosado, que clarea por el vientre; cola poco ahorquillada; ojos negros con cerco rojo; escamas comunes. Es carne apreciada. Y que el erudito Felipe Poey lo clasificara llamándolo “Campechanus Poey” (6). La relación pez-hombre, hombre pez, despertó un interés en el mexicano Icazbalceta falta saber por qué pasó al pez y á las personas, cuestionándose más adelante ¿El nombre pasó del pez á los arribeños, ó viceversa? Actualmente en Cuba la palabra pargo, además de significar el pez, es utilizada muy a menudo para señalar con desprecio al homosexual, quizás de aquí naciera la “ofensa” para descargar el odio visceral hacia aquella minoría de yucatecos cuando leemos la edición de mil ochocientos sesenta y dos, de Pichardo, donde encontramos el adjetivo aguachinangado, da. Amanerado en costumbres, hechos o dichos a semejanza del Guachinango, por sus ocurrencias, zalamerías, o modo de hablar contractivo y silboso, marcando demasiado el sonido de la S y nunca la Z, agregando esta última parte en la edición de mil ochocientos setenta y cinco (7). Arraigada la república mexicana regresan a la Habana muchos yucatecos no por voluntad propia sino vendidos como esclavos, pasándolos por colonos (8), destacándose algunos como voluntarios en el ejército español y no como mambises en la manigua, volviendo a exacerbar nuevamente el odio sobre la raza mexicana, como lo expresara Antonio Bachiller, en una parte al darnos a conocer su concepto de guachinango, se llamaba así á los mexicanos en el Departamento occidental: en el central parece que tuvo una significación más bélica, pues se hablaba de haberse armado los veteranos, guachinangos y voluntarios en cierta ocasión en Villa clara (9). Muchos escritores e historiadores han abordado la historia, cultura artística, musical o de costumbres de la Habana colonial fundamentalmente de los siglos XVIII y XIX, sin tomar en cuenta la presencia de barrios yucatecos, campechanos o guachinangos, minimizando su importancia, pero la realidad es otra.


Bibliografía.
(1) Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, de Esteban Pichardo. Habana. Edición 1862.
(2) Un catauro de cubanismos. Fernando Ortiz. Apuntes Lexicográficos. Extracto de la Revista Bimestre Cubana. Habana, Calle L, Esquina A 27a. 1923.
(3) Vocabulario de mexicanismos. Joaquín García Icazbalceta. México1899. Obra póstuma publicada por su hijo Luis García Pimentel.
(4) Lo que fuimos y lo que somos. José María de la Torre. La Habana 1857. Nota situada en la pág. 19.
(5) Selecciones extraídas del libro Viajeros en Cuba (1800 - 1850), del profesor Otto Olivera (Ediciones Universal, Fl, 1998) La Habana Elegante. La Ronda.
(6) Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, de Esteban Pichardo. Habana. Edición 1875.
(7) Diccionario provincial casi razonado de voces cubanas, de Esteban Pichardo. Habana. Edición 1875.
(8) INFORME SOBRE LAS CAUSAS Y CARÁCTER DE LOS FRECUENTES CAMBIOS POLÍTICOS OCURRIDOS EN EL ESTADO DE YUCATÁN. Juan Suárez y Navarro. México. 1861. Pág. 19 y 49.
(9) Cuba Primitiva.  Antonio Bachiller y Morales. Pág. 368.

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