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jueves, 16 de agosto de 2018

Yucatecos y campechanos en la Habana


Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
 Barrio de Campeche en la Habana. (Mancha negra)
La presencia documentada de yucatecos y campechanos en la Habana, data desde 1564 donde, se conocía el barrio de Campeche, que comprendía desde la Merced hasta Paula y se componía de chozas con miserables conucos y labranzas, y era habitado por indios que venían de Campeche y fueron reducidos a policía en 1575, dándoseles un protector, que lo fue Diego Díaz (1), y desde 1763 hasta el comienzo del siglo XIX, mantuvo dividida la Habana en dos mitades: El barrio de la Punta o Catedral y el barrio de Campeche donde se erigió una iglesia dirigida desde Yucatán en honor a la apreciada virgen de Guadalupe, nombre con la que se conoció la vía más importante que conectaba la ciudad con el campo, la calzada de Monte y donde al igual que los guajiros, fueron desplazados con sus estancias y hortalizas al otro lado de la muralla hacia el barrio de Guadalupe y a la ciudad de Guanabacoa, población de Indios naturales, descendientes de los antiguos de esa Isla, los cuales están tan pobres con la mala vecindad que les han hecho y hacen los vecinos de la Habana, que como poderosos se han entrado en el término de dicha Villa con la mano que han tenido en el Cabildo, el cual les ha encomendado las tierras de los Indios para hacer Ingenios y Estancias por una y otra parte de dicha Villa, de tal manera que casi no les han dejado á los Indios camino para salir de ella, ni montes para cortar leña, ni tierra para poder hacer ollas ni cántaros, que es su ejercicio ordinario con que se están sosteniendo: por no tener caudal con que poder acudir á sus pleitos (2) y el historiador Feliz Arrate los identificara como que no eran estos indios originarios de la Isla, sino traídos de la provincia de Campeche, los que dejaron perpetuado este nombre al barrio destinado para sus casas y siembras, y este se hace muy verosímil, porque á no ser distintos de nuestros isleños, era regular haberlos puesto en Guanabacoa, como se practicaba con los pocos que vagaban por las haciendas del distrito (3). En1586, se reciben refuerzos de Méjico y del interior de la isla. Se empieza a organizar el vecindario en compañías de voluntarios armados, habiéndose la población lamentado algún tanto con el abastecimiento de las flotas, algunos tratos con ellas, y el hospedaje de sus pasajeros (4). En 1599, se funda la capilla de la Santa Veracruz donde se levantaron después la iglesia y el convento de San Agustín (5). En el mes de mayo de 1761, llegan de Veracruz con caudales y algunos presidiarios destinados a las obras de fortificación exterior que se proyectaban para la Habana (6). En 1763, mientras tanto el mariscal de campo don Alejandro O'Reilly, como sub-inspector de las tropas y segundo cabo de la isla, cargo recién creado entonces, reorganizó el regimiento fijo de la Habana... llegado á posesionarse de la plaza, muchos reclutas que recibió después de España y Canarias, y varios piquetes enviados de Méjico y Costa Firme (7). Nunca sabremos en realidad cuantos mexicanos poblaron la Isla y fundamentalmente la Habana en tiempos de la colonia porque en los censos españoles se incurrió en la vulgaridad de incluir en el epígrafe habitantes blancos á los chinos y yucatecos (8). Pero la presencia de los yucatecos o campechanos y sus descendientes tuvo que ser considerable porque la tortilla de maíz en México y Mesoamérica era tan importante, trascendiendo su consumo en muchos casos hasta la actualidad. En acta del cabildo, de 18 de Enero de 1557, se dice lo siguiente: Otro sí: Porque muchas negras y otras personas andan por las calles vendiendo longanizas y buñuelos y maíz molido, sin postura de diputado y en lo que venden no se les ha puesto precio, de cuya causa se recibe perjuicio, y asimismo venden pasteles y tortillas de maíz y de catibías (9) y en Cabildo de 23 de Septiembre de 1588 consta que la Villa había sufrido un fuerte huracán y se trató lo siguiente entre otras cosas, las tortillas de maíz se vendían, en Octubre, a razón de diez onzas cada una, y así se mandó en Cabildo de 1.° que se vendiese a tres por un real, y que cuando se diesen dos, tuvieran quince onzas (10). Y según Juan Ignacio de Armas, no tenían pan, vino ni carne muchas vezes; i dieron el primer nombre al que a imitación del de Europa enseñaron a hacer a los indios con yuca rallada, quitando a ésta su zumo nocivo; o al que amasaban con maíz. El primero se llamó después casabe; i el segundo tortillas, que aún prevalece en Méjico, i que no tiene nada que hacer con las verdaderas tortillas castellanas, hechas con huevo (11). Aprovechamos para destacar cuando observamos con detenimiento las láminas o dibujos de nuestros aborígenes notamos la poca o ninguna diferencia entre el burén taíno y el comal mexicano, un enorme plato de barro, piedra o madera donde cocinaban el cazabe los primeros y las tortillas de maíz los segundos, estableciéndose un estanco a las mismas que duró hasta 1803 (12). ¿Qué tiene que ver la sambumbia con los mexicanos o yucatecos? Que de la sambumbia surgió la frucanga, según Arboleya. Qué la sambumbia en esa época era una bebida elaborada con miel de caña y agua diferenciándose de la frucanga porque se le agregaba ají guaguao (13) y agregamos, con tal picante los únicos que podían tomarla en abundancia eran ellos, los yucatecos. Esto explica la existencia en México del chile habanero donde todos se preguntan el por qué de ese nombre donde los habaneros no son adictos al picante exceptuando raras individualidades. Y qué decir del ajiaco, ese alimento derivado de la olla española y convertido en el guiso más criollo de la Isla de Cuba, acompañado de cazabe y nunca de pan, según Pichardo tenía entre los ingredientes, un caldo cargado de sumo de limón y agi picante, de donde toma su nombre, por lo que se sobrentiende, la mayoría de los consumidores eran yucatecos y descendientes (14), pero también los viajeros voluntarios e involuntarios dejaban sus huellas en la música de la Isla de Cuba como el jarabe importado por los presidiarios de Méjico (15). Lo mismo sucedió dos años después en 1763 con el estanco de gallo que se jugaba tanto que se puso un impuesto a los arrendadores de las vallas, nombre del lugar donde llevan a lidiar estas aves. Las patrullas y las rondas las manejaban los alcaldes y regidores, á quienes faltaba el tiempo para oponerse á las riñas y pendencias colectivas de los unos con los otros. El barrio de Campeche (Belén) se peleaba con el de la Legía (Santo Cristo): el del Cangrejo (el Ángel) se las había con los Doce Pares de Francia (el Monserrate) nada menos; la Palma (San Agustín), las Llagas (San Francisco) y la Estrella (Santo Domingo) eran menos belicosos en cuadrilla, pero más pecadores en cuanto á profesiones, pues por allí se ejercitaba el comercio en que se empezó a usar el palo de Campeche con agua para aumentar el vino (16). Agregamos que quizá de ahí nos llegó la frase: “El palo de Campeche no echa humo pero echa leche”. Hasta el mismo año de 1800 no había un almanaque propio en la isla de Cuba: se usaba el de Mégico y sin la menor alteración en las afecciones astronómicas: también la Aurora se propuso remediar este absurdo y censuró el publicado para 1801 (17). Toda esta población yucateca fue mermando a partir de la independencia de México por los años veinte cuando muchas familias volvieron a su lugar de origen y pasando el tiempo se entremezclaban con la población y eran considerados blancos. Y ya México liberado del dominio español se interesa por colaborar con los insurrectos de la Habana, fundándose en la capital azteca la Legión del Águila Negra, por el padre betlemita habanero llamado Chaves”. Hasta se comentó por alguien una posible anexión de la Isla con el hermano país azteca (18). La presencia yucateca no volvió a sentir su importancia hasta marzo de 1849 cuando se exportó a Cuba la primera partida de 140 prisioneros, enviados como colonos. ¿Acaso con todos estos elementos no fuimos los cubanos influenciados por campechanos y yucatecos? ¿quiénes podrán negar que por nuestras venas corre sangre mexicana? ¿qué sus costumbres y vicios pudieron influir en nosotros? Y no estamos incluyendo las partidas de colonos yucatecos que luego fueron enviadas a la Habana, tratándolos como esclavos. La influencia de esta raza en nuestra identidad no se puede negar.


Bibliografía.
(1) Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna. José María de la Torre. La Habana 1857. Nota situada en la Pág. 48.
(2) Historia de la Villa de Guanabacoa. Félix Vidal y Cirera. Pág. 111.
(3) Los tres primeros historiadores de la Isla de Cuba. D. José Martín Félix de Arrate. Tomo I. Habana, 1876. Pág. 66.
(4) Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezuela. Tomo tercero. Madrid 1863. Pág. 22.
(5) Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezuela. Tomo tercero. Madrid 1863. Pág. 23.
(6) Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezuela. Tomo tercero. Madrid 1863. Pág. 26.
(7) Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezuela. Tomo tercero. Madrid 1863. Pág. 51.
(8) Los negros brujos. Fernando Ortiz. Madrid. 1906. Pág. 24.
(9) El curioso americano. No. 7 Habana. Marzo 1o de 1893 Año I. Pág. 64.
(10) Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna. José María de la Torre. Pág. 164.
(11) Orígenes del lenguaje criollo. Juan Ignacio de Armas. Habana, 1882. Pág. 36.
(12) Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna. José María de la Torre. Pág. 166.
(13) Diccionario Provincial de voces cubanas. Esteban Pichardo. Edición 1862.
(14) Diccionario Provincial de voces cubanas. Esteban Pichardo. Edición 1862.
(15)  Lo que fuimos y lo que somos o la Habana antigua y moderna. José María de la Torre. Pág. 115.
(16) Diccionario geográfico, estadístico, histórico, de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezauela. Tomo tercero. Pág. 378.
(17) Ogaño y antaño. Tipos y costumbres. Antonio Bachiller y Morales. Pág. 31.
(18) Apuntes para la historia de las letras y de la instrucción pública de la Isla de Cuba. Antonio Bachiller y Morales. Pág. 180.

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