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miércoles, 14 de noviembre de 2018

La guagua.


Guagua leyland.
Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
La verdad que nunca imaginé que la palabra “guagua” fuera a llamar tanto la atención. Cuando era niño le llamábamos guagua o mariquita, al insecto semiredondo de color rojo con manchas negras, además al autobús que nos llevaba de Media Luna a Manzanillo. Sin tener la menor idea que la palabra autobús fuera “un aféresis de la palabra latina ómnibus, que según Wikipedia deriva del dueño de una tienda de sombreros, Monsieur Omnès, quien con un juego de palabras llamó a su tienda “Omnes Omnibus”. La misma estaba situada frente a una de las primeras estaciones de carruajes en Nantes, Francia, en 1823. Omnès es la resonancia en latín de omnes que significa “todos” y omnibus “para todos”. Los ciudadanos de Nantes poco después le dieron el apodo “Ómnibus” al vehículo. Cuando el transporte tirado por caballos fue motorizado a partir de 1905, el ómnibus fue llamado Autobús, un término, que al igual que ómnibus, todavía se utiliza”. En esos tiempos era muy común ver las guaguas americanas antiguas muy cerradas y medio redondeadas en su parte trasera, con un motor enorme que dividía al chofer de la puerta por donde subían los pasajeros, pero había un tipo de guagua que daba viajes del poblado Media Luna a las zonas rurales, con la forma de un camión ruso marca Zil y de una caja cuadrada en la parte trasera donde iban los pasajeros, que le decían  “la maricona”, porque había una puerta que la abría a la mitad.  Después se fueron haciendo comunes las guaguas marca Robur de fabricación Checoslovaca con la forma de un pepino, las guaguas Leyland, inglesas, que por cierto, fue el nombre de algunas muchachas de mi generación. Luego las guaguas marca Hino, japonesas, muy modernas de gran confort con respecto a las anteriores. Las guaguas Ikarus, de fabricación húngara. Las llamadas pastillas de jabón, marca Girón de fabricación cubana, hasta llegar al engendro de la rastra militar convertida en ómnibus con forma de dromedario, apodada el camello. En cuanto al origen de la palabra, ya veremos más adelante porque no se trata de cantar y cantar.

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