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viernes, 8 de febrero de 2019

El pintarrajeado de los aborígenes.


Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
Desde tiempos ancestrales las tribus del África negra, no sólo practicaban pintarrajearse los rostros. No, primero desde la infancia se hacían incisiones en la piel, en la adultez se limaban los dientes al estilo carabalí, otros los teñían alternativamente de rojo y negro, manteniendo este carácter primitivo hasta nuestros días. Los habitantes del Dagumbah tienen tres ligeras incisiones en cada mejilla, otras tantas debajo de ellas y una debajo de cada ojo; los de Yahodi tienen tres incisiones largas y profundas en el rostro; los mosi's ostentan en él tres incisiones también profundas, y además una debajo de los ojos; los habitantes del Bornú llevan toda la frente llena de cicatrices; los fobi's y los calanna's se agujerean la nariz (1). Casi todas las naciones africanas le rendían culto a uno o varios tipos de animales, pero hay tribus que además de las serpientes, adoran al leopardo. Muchas de estas incisiones las hacían en sus mejillas y pecho, con una pata disecada de este último animal y luego de cicatrizadas las heridas las pintarrajeaban con diferentes colores, sobresaliendo el rojo bermejo de la tierra, el amarillo de los eriales llanos y extensos, y fundamentalmente el verde clorofilo que representaba la selva. Otra de las costumbres, también en Asia, era llevar cascabeles atados a los tobillos para con el sonido, ahuyentar las serpientes venenosas. Algunas naciones recurrían a estas costumbres, con la creencia, según ellos para embellecer el rostro, pero otras lo hacían con toda la intención de afearlo y así intimidar cuando acudían a la guerra. En los tiempos de paz esperaban la caída del sol para rugir los tambores, comenzar la zambra en medio del alboroto y canturías, alrededor de una fogata. Así lo debieron haber visto los castellanos cuando antes de descubrir el Nuevo Mundo, habían incursionado por el África negra, específicamente la gran Guinea. Usaban trajes y adornos que les eran peculiares. Según el cura Bernaldez, los indios que se presentaron a Colón, deseosos de irse con él, en la parte occidental de Cuba iban engalanados ricamente, a su manera, uno como alférez llevaba un sayo de plumas coloradas y una bandera blanca en la mano: él y sus demás compañeros, traían pintadas las caras, y unos como juguetes que tañían; y plumas, una cada cual, blancas sobre las cabezas, como celadas (2). En uno de nuestros escritos mencionábamos que los areitos no eran más que las orgías de los peninsulares, para divertirse y ridiculizar a nuestros aborígenes, al idéntico estilo de la pantomima africana. Así se expandió por todo el continente americano la costumbre de pintarrajear los rostros, y las plumas en la cabeza.

(1) Nueva geografía universal, Volumen 2. Conrad Malte-Brun. Pág 280. Año 1881.
(2) Cuba primitiva. Antonio Bachiller y Morales. Segunda edición corregida y aumentada. Pág. 259. Habana. 1883.

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