Es como si de un tris mágico el ilusionista norteamericano David Copperfield desapareciera el bloqueo económico que la dictadura castrista arrastra desde hace 60 años. Tampoco se sabe si la mercadería que llenó las tiendas de Cuba fue con el mismo dinero que el gobierno le mendigó al pueblo, que con gusto le entregó envuelto en aplausos a las nueve de la noche, y ahora gran parte de ese pueblo tendrá que conformarse con ver los toros desde las vidrieras de las tiendas de divisas porque su inmensa mayoría no percibe un salario en dólares. Si no fue David Copperfield, lo habrá hecho San Apapucio que en un momento de su vida decidió retirarse al desierto para meditar y hacer penitencia, totalmente desnudo, sólo con un sombrero en la cabeza y unas sandalias en los pies. Así anduvo durante años y el diablo para tentarlo envió a dos mujeres. El santo al verlas, cubrió sus vergüenzas con el sombrero, una de ellas, le preguntó dónde quedaba el norte, y él liberó una de sus manos para indicarle, pero en ese mismo momento la otra mujer le preguntó dónde quedaba el sur, y al liberar la otra mano, milagrosamente el sombrero se sostuvo sin caer al suelo. Entonces ahora no sé si fue David Copperfield o San Apapucio, pero de lo que estoy seguro, que el “santo exilio apapuciano” no sólo querrá levantar las dos manos como lo hizo el milagroso sino también quitarse el sombreo y apuntar hacia las progenitoras de los mafiosos castrista.
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