El viernes 28 de enero de 1853, el día en que nació nuestro Apóstol, el Diario de la Marina con relación al frío de alrededor de 20 ºC destacaba que, “El huésped del norte, el gran viajero que anualmente recorre el mundo en los últimos y primeros meses del año, introduciéndose en la casa del pobre como en la del rico, en medio de las bendiciones de unos, las maldiciones de otros y los conjuros con fuego de estos y de aquellos, se ha establecido con tan buenas ganas entre nosotros que no da señales de abandonarnos hasta que hayamos agotado cuanto género de lana encierran los establecimientos. De noche y de día hace cuatro o cinco que se tiembla de frío de pies a cabeza, que se llora involuntariamente, que se toca la trompeta pulmonar, y que la nariz se transforma en fuente inagotable. ¡Y todo eso cuando creíamos que el invierno era preciso borrarlo de nuestro calendario! Una semana atrás todos clamaban por los nortecitos: los nortecitos llegaron, y no flojos, que digamos, y hoy todo se vuelve pestes contra la fría temperatura. Una joven poetisa, no
pudiendo resistir esta madrugada al frío, que le quitaba el sueño, saltó de la cama, tomó avíos de escribir e improvisó lo siguiente:
¡Eterno creyó el Estío
En el ya pasado año
La gente en Cuba: Dios mío!
¡Qué patente está su engaño,
Pues hoy tirita de frío…!
Basta para desengaño.
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