Cruzado el Contramaestre por aquel lugar, el camino que había que seguir para llegar al sao de Dos Ríos entraba muy angosto, por una finca llamada Casa de Pacheco, entre un monte firme y una alambrada a nuestra izquierda, y altos y tipos maniguazos con algunos árboles a la derecha. Por allí siguieron galopando los jinetes del centro de nuestra columna, con el General en Jefe al frente. Tropezaron con una guardia enemiga dentro de unos matorrales y la aniquilaron en un momento; pero al desembocar en el espacio limpio que se extendía delante de la casa de vivienda de Pacheco, se encontraron con toda la columna española, ya prevenida por los disparos hechos por su guardia avanzada. El orden de batalla de los españoles era el escalonamiento por compañías, estando el primer escalón apoyado por su izquierda en la margen del río, y los demás, reforzándose uno a otro en línea oblicua, prolongaban el frente a la derecha.
Recibidos nuestros jinetes con vivísimo fuego de fusilería, fueron contenidos dentro de las maniguas, donde algunos echaron pie a tierra para combatir como dragones. Parece, que fue este el momento en que Martí, acompañado de Ángel de la Guardia, se adelantó fuera de los abrigos que ofrecían los matorrales hasta aproximarse a la casa de Pacheco, o hasta llegar a ella tal vez, cayendo mortalmente herido de un balazo, y resultando también herido el caballo que montaba Ángel de la Guardia.
Una vez que hubimos cruzado el Contramaestre, el general Masó me ordenó permanecer en la orilla para que procurara acelerar la marcha de las fuerzas quedadas del otro lado. Obedecí de mal talante dicha orden, porque, impaciente como me encontraba por recibir mi bautismo de fuego, se me figuraba que si no marchaba de los primeros no iba a tener oportunidad de entrar en aquella ocasión en combate. Por otra parte, la medida resultaba nula porque, careciendo aún de jerarquía militar alguna, no tenia yo autoridad para mandar a nadie, y porque de lo que había necesidad era que en la opuesta orilla hubiera quien ordenase las gentes de modo que entraran poco a poco en el río, y no todas a la vez, como querían hacerlo, arremolinándose en el estrecho vado. No obstante, trataba de llenar mi cometido voceando constantemente.
En esto oí los primeros disparos y, sin poder contenerme, piqué el caballo y, acompañado por otro jinete que acababa de juntárseme, penetré a riendas sueltas en el enmaniguado polígono. Mas en el primer instante no acertamos mi compañero y yo a tomar exactamente la misma dirección que habían seguido los demás, sino que, costeando el monte y la alambrada, y por dentro de los maniguazos que nos impedían la vista y dificultaban el paso a nuestras cabalgaduras, fuimos a dar contra los escalones centrales de la columna enemiga, y un enjambre de proyectiles nos acogió con siniestro silbido. Retrocedimos algunos pasos, y desde la manigua mi compañero se puso a hacer fuego con un revólver Lefaucheux. Continuará…/
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejército Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Pág. 152
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