Observen la exagerada descripción y omisión de algunos sucesos ocurridos aquel fatídico día. Me veo en la obligación de insertar su primera versión al Heraldo de Nueva York.
Cuartel general de La Vuelta, 20 de mayo de 1895.
Al coronel José Miró y Argenter.
Entre doce y una de la tarde de ayer, a una legua de este punto, con las fuerzas de caballería al mando del general Bartolomé Masó, he sostenido rudo combate contra columna enemiga de más de mil hombres, de caballería de infantería. El enemigo, sin poder tomar nuestro campamento, se retiró destrozado, dejando dos prisioneros, algunas armas y siete hombres muertos en el campo.
Por nuestra parte, la baja sensible de José Martí, cuyo cadáver no se pudo recoger, pues en la confusión de la arremetida, debido a su valor temerario y a la fogosidad de su caballo, traspasó los límites que la prudencia aconsejaba defender. El Delegado, no obstante que le di orden de que se quedara detrás, ya cerca del enemigo, no quiso obedecerla y siguió, separándose de mi lado. La gente novicia no me siguió en la carga sostenida, a pesar de mis esfuerzos por arrastrarla, y aunque fue deshecha su fuerza de vanguardia, su centro quedó entero, y fácil le fue nutrir sus fuegos, que no era posible apagarlos con los disparos mal dirigidos por nuestros jinetes. Necesario fue retirarse a distancia conveniente y esperar; el enemigo no avanzó y emprendió su retirada por caminos no a propósito para ser perseguido por caballería.
El General en Jefe,
Máximo Gómez.
Primera versión de Máximo Gómez sobre la muerte de José Martí.
Posteriormente se supo que Máximo Gómez había declarado a un corresponsal del New York Herald, que era completamente cierto, la muerte de Martí, ocurrida en una sorpresa de que fue víctima, cuando se dirigía a la costa para embarcarse, por ser necesaria su presencia en el extranjero. Declaró también el generalísimo que con Martí murieron casi todos los que le escoltaban, y que él mismo fue herido y estuvo a punto de caer en poder de las tropas españolas.
A poco de haberse separado Martí de mí—dijo Gómez—oí un nutrido fuego hacia la parte a donde aquel se había dirigido.
Como solo llevaba una pequeña escolta, esperando encontrar a Banderas, o, a Rodríguez, a la primera sospecha de que hubiese podido tener un encuentro con las tropas peninsulares, Borrero se apresuró ir a reunirse con él. Levanté campo apresuradamente y seguí con mi gente a Borrero; pero llegué ya demasiado tarde.
Martí había sido ya muerto y barrida toda la vanguardia de nuestra columna.
El desgraciado Martí cayó en una estrecha quebrada, entre hombres y caballos muertos.
El lugar de la emboscada había sido tan bien escogido, que fue para nosotros un ataque concentrado. Estábamos materialmente envueltos. Yo recibí heridas ligeras al defender con mi cuerpo el cadáver de mi desventurado compañero y por último, un balazo me dejó aturdido, y haciéndome perder el equilibrio, caí al suelo.
Borrero me salvó. Al fin, logramos atravesar las líneas enemigas, y nos retiramos, dejando en el campo el cadáver de Martí. Repasamos el río descansamos y dimos sepultura a uno de mis ayudantes de campo, lo cual dio motivo a que se hiciera circular el rumor de mi propia muerte.
Nos procuramos medicinas para curar a los heridos, y proseguimos nuestra marcha.
Yo permanecí por aquellos alrededores algunos días, para conferenciar con los jefes que merodeaban por Holguín y las Tunas, hasta que conseguí conferenciar con Antonio Maceo, para mi marcha definitiva al Camagüey.
Fuente.
1.- Cuba española. Reseña histórica de la insurrección cubana en 1895. Emilio Revertér Delmás. Barcelona. 1896. Págs. 347 – 348.
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