Gómez requirió a Martí con estas palabras: "Martí, retírese, este no es el lugar de usted."… Martí no obedeció el mandato. Era natural la desobediencia en quien pocos momentos antes enardeció a los actores con la bélica y famosa oración. Y si este mismo entusiasmo y esta misma gallardía no es más que resultado del ardor que yo he prendido en esos buenos y esforzados corazones, ¿cómo he de irme del palenque sin mostrar al mundo, aquí representado por el más fehaciente testimonio, que yo soy de la raza de los buenos que marchan intrépidos sobre las llamas? ¿Dónde está el cáliz, dónde la hostia del sacrificio sino a través de esa nube tempestuosa que descarga su furia sobre la tierra de promisión, al alcance ya de las manos que soliciten el más ostensible de los sacramentos? ¡Oh visión de mis amores, fantasma de mis ensueños, deidad encantadora de mis vigilias, viático augusto, al fin te acercas con la palma y la corona del triunfo inmortal y el estandarte de la gloria desplegado al viento!...
Pero no estando allí los españoles era lógico pensar que se hallarían sobre el campamento abandonado de la Bija, o tal vez en la prefectura de Pacheco, distante como un kilómetro del último paraje. Los estampidos habían sonado en aquella dirección, según manifestaciones de los soldados que estaban de vigilancia en el crucero del río, sobre una de sus márgenes. Fue necesario, para ir al encuentro de los españoles, dejar el camino abierto, propio para maniobrar la caballería, y tomar por una vereda de monte, adecuada para defenderla con infantería, y por otro callejón, aunque más amplio, que conducía a la casa de Pacheco. Se entró a rienda suelta pero una emboscada de los españoles hizo la primera descarga, casi a quemarropa––, allí estaba, pues, el enemigo. ¿Cómo y por qué había llegado hasta aquel lugar? Es ocasión de decirlo ahora. El joven que salió del campamento de la Bija, en busca de comestibles para el cuartel general, había caído en poder de los españoles, que marchaban hacia Dos Ríos y no hacia las Vueltas, donde se hallaban los insurrectos. Continuará…/
Fuente.
1.- Cuba crónicas de la guerra. José Miró. Tomo I. Segunda Edición. La Habana 1942. Págs. 27 y 28
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