Y el último chasquido metálico de la cuchara del albañil el 9 de junio de 1895, sellaría el nicho con los restos de un ser humano, el orador político que movió multitudes con elocuencia fogosa y apasionada, el poeta, y pensador, el humilde, el sufrido, el patriota, el prácticamente desconocido para el pueblo cubano José Julián Martí Pérez, donde tres años más tarde, en 1898 al inicio de la intervención americana, varias personalidades santiagueras colocarían una lápida de mármol donada por emigrantes cubanos en Jamaica, quedando prácticamente en total abandono sus restos, en el nicho rústico marcado con el número 134 de la galería sur del cementerio general de Santiago de Cuba. Y llegó la República libre del colonialismo español, soñada por él, pero sin él, donde todas las fuerzas disponibles, el gobierno en pleno, los elementos revolucionarios, y en especial su hijo José Francisco Martí Zayas Bazán al que dedicó el poemario Ismaelillo, “esta noche salgo para Cuba: salgo sin ti, quien debería estar a mi lado”(1), y que terminara la guerra con los grados de capitán, el presidente don Tomás Estrada Palma a quien cuarenta y nueve días antes de morir Martí, le escribiera: “Acabo, no de amarlo. Gracias por su alma, tan alta, y para mí tan tierna”(2), y el poderosísimo Máximo Gómez, que lo olvidaron más de una década, hasta que, en 1907, tuviera que venir la segunda intervención americana, y ordenara por disposición sanitaria la demolición de los antiguos nichos del cementerio de Santa Ifigenia, y creara una comisión presidida por el Dr. Federico Pérez Carbó gobernador civil de la provincia de Oriente, de la que formaría parte el artista santiaguero José Bofill Cayol, quien dirigiría la construcción del mausoleo, como si se hubiera propuesto restituir la legítima y primera casa en la que nació Martí en La Habana, la majestuosidad de la que fue despojada paulatinamente, al diseñar un templete airoso y esbelto del orden jónico con su frontón, la cornisa como arquitrabe sobre los dos capiteles que inician el par de columnas, además de empotrar el par de rejas de hierro fundido y forjado como las de la puerta, y las de sus balcones, permitiendo leer a través del arabesco diseño metálico, “Martí los cubanos te bendicen”, epitafio que marcaría la primera sacralización en piedra, a quien con los años lo convertirían en el más universal de los cubanos, pero eso sería otra historia que comenzaría desde el mismo momento en que se efectuara la exhumación de sus restos, donde a partir de la inauguración del templete el 24 de febrero de 1907, volverían a renacer a otro Martí, inspirados en la resurrección de Cristo, “convertido después de su muerte en la escalera particular de cuanto movimiento político, hombres de bien o villanos ambiciosos quisieron legitimar sus intenciones”(3).
Fuente:
1.- Carta de Martí a su hijo José Francisco Martí y Zayas Bazán, el 1º de abril de 1895.
2.- Carta de Martí a don Tomás Estrada Palma. Montecristi, 1º de abril de 1895.
3.- José Martí, ese desconocido. Publicado en ADN Cuba, por Ramón Fernández Larrea.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario