En la mesa, sin rumbo, funge el consejo de guerra de Isidro Tejera, y Onofre, y José de la O. Rodríguez: los pacíficos dijeron parte del terror en que pusieron al vecindario: el Capitán Juan Pena y Jiménez, que sirvió "en las tres guerras", Juan el Cojo de una pierna solo tiene el muñón, y monta a caballo de un salto, —oyó el susto a los vecinos, y vio las casas abandonadas, y define que los tres, le negaron las armas, y profirieron amenazas de muerte. —El consejo, enderezado de la confusión, los sentencia a muerte. Vamos al rancho nuevo de alas bajas, sin paredes. —-José Gutiérrez, el corneta afable que Paquito se lleva, toca, a formación. Al silencio de las filas traen los reos; y Ramón Garriga lee la sentencia, y el perdón. Habla Gómez de la necesidad de la honra en las banderas: "ese criminal ha manchado nuestra bandera". Isidro (Tejera), que venía llorando, pide licencia de hablar: habla gimiendo, y sin idea, que muere sin culpa, que no le dejaran morir, que es imposible que tantos hermanos no le pidan el perdón. Tocan marcha. Nadie habla. El gime, se retuerce en la cuerda, no quiere andar. Tocan marcha otra vez, y las filas siguen, de dos en fondo. Con el reo implora Chacón y cuatro rifles, empujándolo. Detrás, solo, sin sus polainas, saco azul y sombrero pequeño, Gómez. —Otros atrás, pocos, y Moncada, —que no ve al reo, ya en el lugar de muerte, llamando desolado, sacándose el reloj, que Chacón; le arrebata, y tira en la yerba… manda Gómez, con el rostro demudado, y empuña su revólver, a pocos pasos del reo. Lo arrodillan, al hombre espantado, que aún, en aquella rapidez, tiene tiempo, sombrero en mano, para volver la cara dos o tres veces. A dos varas de él, los rifles bajos. iApunten!, dice Gómez: iFuego! Y cae sobre la yerba muerto. —De los dos perdonados, —cuyo perdón aconsejé y obtuve, —uno, ligeramente cambiado de color pardo, no muestra espanto, sino sudor frío: otro, en sus cuerdas por los codos, está como si aún se hiciese atrás, como si huyese el cuerpo, ido de un lado lo mismo que el rostro, que se le chupó y desencajó. —El, cuando les leyeron la sentencia, en el viento y las nubes de la tarde, sentados los tres por tierra, con el pie en el cepo de varas, se apretaba con la mano las sienes. El otro, Onofre, oía como sin entender, y volvía la cabeza a los ruidos. "El Brujito", el muerto, mientras esperaba el fallo, doblado, escarbaba la tierra, —o alzaba de repente el rostro negro de ojos pequeños y nariz hundida de puente ancho. —El cepo fue hecho; al vuelo: una vara recia en tierra, otra, más fina al lado, atada; por arriba, —y clavada abajo de modo que deje paso estrecho a pie preso —"El Brujito", decían luego, era bandido de antes: "puede usted jurar, decía Moncada, que deja su entierro de catorce mil pesos". Continuará…/
Fuente.
1.- Diario de Campaña de José Martí, correspondiente al 8 de mayo de 1895.
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