El resto de la emigración esperaba y confiaba en Martí. El general Mayía Rodríguez y el coronel Collazo, si de algo pecaron, fue de sufridos y prudentes. Sabían lo que buenamente se quería que supieran; nada preguntaban y dejaban pasar el tiempo sufriendo resignados el aislamiento a que los tenía sometidos Martí, que a veces parecía un loco, víctima de un delirio de persecución, que lo hacía ver espías y detectives por todas partes. En su consecuencia, acompañados de Hernández se dirigieron, al hotel “Travellers". Allí encontraron a Martí presa de una extraordinaria excitación nerviosa. Se revolvía como un loco en el pequeño espacio que le permitía la estrecha habitación. Su escaso pelo estaba erizado, sus ojos hundidos, parecían próximos a llorar, de sus labios no salían más que estas palabras repetidas con tenaz insistencia: «Yo no tengo la culpa!» «¡Yo no tengo la culpa!»: A la vista de Mayía, que entraba en la habitación, el rostro alterado y duro, Martí corrió hacia él y se echó en sus brazos. Aquel dolor tan profundamente retratado en su fisonomía desarmó a los que, momentos antes, querían exigirle explicaciones claras y concretas de su conducta. Todos comprendieron que algo muy grave había ocurrido, y que aquel fracaso, de que se había hablado hacía un instante, era desgraciadamente cierto (1). La tensión de los preparativos para el alzamiento requirió cientos de cartas, en total silencio. Olvidadizo, atribulado por tantas preocupaciones a solo unos días de marchar hacia la guerra, un día en plena mañana invernal olvidó el sobretodo en casa de Blanche Zacharie de Baralt. Enfermo llegó a Cuba. “Martí y César a proa, reman muy mal, pero a la desesperada”, anotaba Gómez en su Diario al llegar a tierra cubana. Los que en algún momento de su vida han remado una embarcación y peor aún, en el mar algo picado, conocerán mejor que nadie del esfuerzo físico a realizar, y ya en tierra, en plena oscuridad de las diez y media de la noche de aquel 11 de abril de 1895, se reparten la carga del pesadísimo equipamiento y más de dos mil tiros, ropas, etc., etc. “Sigo con mi rifle y mis 100 cápsulas, loma abajo”, escribe Martí el día 14 de abril. Y vuelve a escribir Gómez, “desde el día 7 de febrero que Martí se me reunió en Montecristi no hemos cesado un solo instante de estar bajo la ruda influencia de las más diversas vicisitudes. Nunca días más accidentados”. Y unos días mas tarde: “Nos admiramos, los viejos guerreros acostumbrados a estas rudezas de la resistencia de Martí— que nos acompaña sin flojeras de ninguna especie, por estas escarpadísimas montañas”. Continuará…/
Fuente.
1.- Cuba independiente. Enrique Collazo. Habana.1900. Págs. 64 - 66.
2.- Diario de Campaña de José Martí.
3.- Diario de Campaña del Mayor General Máximo Gómez. La Habana. 1940
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