El recinto a lo largo de la historia contó con unas siete puertas.
Puerta de la Punta. Era un vasto arco de sillería, (un sillar es una piedra labrada, por lo común en forma de paralelepípedo rectangular que se asienta una sobre otra), abierto en el baluarte del mismo nombre, desde la época en que se fabricó la parte del recinto a que corresponde. La puerta tenía espacios interiores para un numeroso cuerpo de guardia y un puesto de resguardo. Servía de paso para la Real Cárcel, el Lugar de los Patíbulos, el inmediato Castillo de la Punta, el Paseo del Prado Isabel II, y la calzada de San Lázaro.
Puerta de Colón. Se abrió en forma sencilla y con puente sobre el foso para facilitar el flujo poblacional con los barrios del otro lado, en el largo espacio de la muralla continua, y mediaba entre las puertas de la Punta y Monserrate. Tenía cuerpo de guardia y todos los accesorios.
Puerta de Monserrate. En realidad, eran dos puertas situadas con elegantes arcos de sillares abiertos en la cortina del recinto que corría entre los baluartes de Monserrate y de la Pólvora. Uno servía para la salida y otro para la entrada de caballos y carruajes, siendo este punto el de mayor tránsito entre el recinto y los arrabales de la ciudad. Constaba de los dos citados arcos, con una galería intermedia y “azoteada” que sostenían ocho pilares, y cuyo interior ocupaba un excelente cuerpo de guardia, con habitación separada para el comandante y todos los precisos accesorios. El arco de la derecha, que correspondía a la calle de O`Reilly, servía para la salida, y el de la izquierda, que correspondía a la calle del Obispo, para la entrada. Facilitaba el acceso a estas puertas un ancho puente exterior con once arcos de sillería que atravesaban el foso. Se construyó con pretiles a sus lados con banquetas (aceras) muy capaces y elevadas sobre el pavimento del centro para los transeúntes de a pie, dejando el espacio restante para el tránsito de carruajes y jinetes. A principios de 1862, se sustituyeron las fuertes y elegantes barandillas de hierro a los pretiles. Sin embargo, es ociosa toda obra en las partes accesorias de un recinto cuya demolición estaba decretada; e inútil también ha sido por lo tanto el pequeño parque que recién inauguraron para amenizar la localidad a la salida de estas puertas y frente a la estación telegráfica. Continuará…/
Fuente.
1.- Diccionario, geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba. Jacobo de la Pezuela. Tomo tercero. Madrid. Año 1863.
2.- Revista Arquitectura. No.53, Año V. La Habana, diciembre de 1937.
3.- Lo que fuimos y lo que somos. La Habana antigua y moderna. José María de la Torre. La Habana. Año 1857.
4.- Manual de la Isla de Cuba. José García de Arboleya. Segunda Edición. La Habana. 1859.
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