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viernes, 13 de mayo de 2022

Otra versión cubana sobre la muerte de José Martí. Parte V

Yo no llevaba armas de ninguna clase, pues todavía no se me había presentado la ocasión de quitárselas al enemigo. Aquel mi compañero del momento era un vizcaíno, uno de esos soberbios tipos vascongados, de facciones enérgicas y de recios músculos. Estaba muy excitado y le gritaba a los españoles:
—Salir limpio peleando, españoles; salir limpio peleando.
Lo que en verdad resultaba una ironía, porque éramos nosotros y no ellos los que estábamos enmatojados. En esto alcanzamos a ver, un poco a nuestra derecha y por entre unos ramajes, la bandera cubana, y nos dirigimos hacia allí. El abanderado, Carlos Bertot, estaba completamente solo en una pequeña campa con nuestra enseña desplegada, no obstante, la frecuencia conque las balas le ronroneaban al oído, íbamos a continuar a reunimos con el número de los nuestros cuando apareció Celedonio Rodríguez, diciéndonos al pasar:
—Creo que a Martí lo han muerto.
Y seguidamente llegó el general Masó, diciéndonos lo mismo; segundos después vimos a Ángel de la Guardia que, saliendo de un poco más a nuestra izquierda, nos dijo:
—Creo que a Martí lo han matado.
—¿Dónde cayó? —le pregunté.
—Por allá—me dijo, señalando con la mano.
—¿Tú lo viste caer? —volví a preguntarle.
—Estábamos juntos—me respondió.
—¿Y cómo lo dejaste? —le interrogué de nuevo.
—Traté de echármelo a cuestas, pero no pude—me contestó.
Inmediatamente vimos venir al general Gómez seguido de Paquito Borrero y las demás gentes, ya en retirada. Poco después hicimos alto en un limpio del terreno, donde los generales Gómez, Masó, Paquito Borrero y demás principales jefes deliberaron unos cuantos minutos. Cuando, sin conocer yo el resultado de sus deliberaciones, vi que íbamos a proseguir la retirada, le dije al general Masó que tal vez Martí no estuviera muerto, sino herido y dentro de algún maniguazo; que si nos marchábamos dejándolo, el enemigo, al reconocer, como es de costumbre, el campo donde se había librado la acción, se iba a apoderar de él; y señalándole a un joven oficial —Ramón Garriga—, que por haberlo visto yo siempre al lado de Martí lo creía su ayudante, le propuse que nos dejara a los dos allí para registrar la manigua. El general Masó me contestó con acento de autoridad:
—Eso se hará cuando se pueda y se ordene.
Continuará…/
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejército Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Págs. 153 y 154

Otra versión cubana sobre la muerte de José Martí. Parte IV

Cruzado el Contramaestre por aquel lugar, el camino que había que seguir para llegar al sao de Dos Ríos entraba muy angosto, por una finca llamada Casa de Pacheco, entre un monte firme y una alambrada a nuestra izquierda, y altos y tipos maniguazos con algunos árboles a la derecha. Por allí siguieron galopando los jinetes del centro de nuestra columna, con el General en Jefe al frente. Tropezaron con una guardia enemiga dentro de unos matorrales y la aniquilaron en un momento; pero al desembocar en el espacio limpio que se extendía delante de la casa de vivienda de Pacheco, se encontraron con toda la columna española, ya prevenida por los disparos hechos por su guardia avanzada. El orden de batalla de los españoles era el escalonamiento por compañías, estando el primer escalón apoyado por su izquierda en la margen del río, y los demás, reforzándose uno a otro en línea oblicua, prolongaban el frente a la derecha.
Recibidos nuestros jinetes con vivísimo fuego de fusilería, fueron contenidos dentro de las maniguas, donde algunos echaron pie a tierra para combatir como dragones. Parece, que fue este el momento en que Martí, acompañado de Ángel de la Guardia, se adelantó fuera de los abrigos que ofrecían los matorrales hasta aproximarse a la casa de Pacheco, o hasta llegar a ella tal vez, cayendo mortalmente herido de un balazo, y resultando también herido el caballo que montaba Ángel de la Guardia.
Una vez que hubimos cruzado el Contramaestre, el general Masó me ordenó permanecer en la orilla para que procurara acelerar la marcha de las fuerzas quedadas del otro lado. Obedecí de mal talante dicha orden, porque, impaciente como me encontraba por recibir mi bautismo de fuego, se me figuraba que si no marchaba de los primeros no iba a tener oportunidad de entrar en aquella ocasión en combate. Por otra parte, la medida resultaba nula porque, careciendo aún de jerarquía militar alguna, no tenia yo autoridad para mandar a nadie, y porque de lo que había necesidad era que en la opuesta orilla hubiera quien ordenase las gentes de modo que entraran poco a poco en el río, y no todas a la vez, como querían hacerlo, arremolinándose en el estrecho vado. No obstante, trataba de llenar mi cometido voceando constantemente.
En esto oí los primeros disparos y, sin poder contenerme, piqué el caballo y, acompañado por otro jinete que acababa de juntárseme, penetré a riendas sueltas en el enmaniguado polígono. Mas en el primer instante no acertamos mi compañero y yo a tomar exactamente la misma dirección que habían seguido los demás, sino que, costeando el monte y la alambrada, y por dentro de los maniguazos que nos impedían la vista y dificultaban el paso a nuestras cabalgaduras, fuimos a dar contra los escalones centrales de la columna enemiga, y un enjambre de proyectiles nos acogió con siniestro silbido. Retrocedimos algunos pasos, y desde la manigua mi compañero se puso a hacer fuego con un revólver Lefaucheux. Continuará…/
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejército Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Pág. 152

Otra versión cubana sobre la muerte de José Martí. Parte III


—Conste que por Cuba estoy dispuesto a que me claven en la cruz.
El discurso de Martí nos enardeció sobremanera. Y hallándonos todavía bajo la influencia de su palabra de fuego se oyeron unos tiros, y seguidamente llegó al campamento un ranchero, anunciando que los disparos habían sido hechos a él por una tropa española que se dirigía hacia Vuelta Grande.
Eran alrededor de las once de la mañana. A la voz del general Gómez todos montamos presurosos a caballo y salimos tras él a galope, en la dirección que había dicho el ranchero que traían los españoles. Era de conjeturar que éstos venían sobre el rastro que pocas horas antes dejaran el general Gómez y los treinta y tantos hombres que lo habían seguido por el rumbo de Ventas de Casanova, en cuyo caso debía ser por la margen izquierda del Contramaestre.
Instantes después de haber emprendido la galopada, habiendo oído Martí que yo le decía a Ángel de la Guardia: -—Por fin ha llegado el momento que tanto hemos deseado—, se volvió a mí preguntándome: —¿De verdad, usted se alegra? Y como yo le contestara afirmativamente, diciéndole que iba a ser aquella mi primera prueba, repuso: —Bueno, pórtese bien.
El terreno por este lado del río es llano y despejado, propio para los movimientos de la caballería, y continúa así hasta algo más allá de Dos Ríos, donde se ensancha en un sao (*). Aquí deseaba encontrar el general Gómez al enemigo, como el sitio más adecuado para cargarlo con el mayor número posible de aquellos trescientos y tantos jinetes que constituían nuestras fuerzas. Pero habiendo recorrido toda la distancia, algo más de una legua, que separaba nuestro campamento del mencionado sao, sin encontrar a los españoles, y suponiendo que éstos hubiesen pasado a la otra margen del río, también lo cruzamos nosotros, siempre con el propósito de librar la acción en el sitio designado. En el orden de marcha que traíamos, el general Gómez estaba en el centro con Martí, los generales Masó y Paquito Borrero y la mayor parte de los demás jefes, formando un grupo de cincuenta a sesenta entre todos. El primer vado (**), que encontramos había sido rehusado por la vanguardia, porque al práctico que la guiaba le pareció peligroso, teniendo en cuenta que el río estaba muy correntón en aquellos momentos, a causa de recientes lluvias. Pero, no juzgándolo de la misma manera el general Gómez, se lanzó por allí con el centro de la columna, mientras la cabeza de la misma, a la cual se le había ordenado retroceder, se hallaba aún distante, y su cola o retaguardia no había llegado; de manera que sus distintos elementos de marcha quedaron desarticulados, de este modo: el centro, del lado allá del río, y la vanguardia y la retaguardia, del lado de acá. Continuará…/
(*) Sao: Sabana pequeña con algunos matorrales o grupos de árboles.
(**) Vado: Lugar de un río con fondo firme, llano y poco profundo, por donde se puede pasar andando, cabalgando o en algún vehículo.
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejército Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Págs. 150 y 151.