Por su frente tenía la columna un estrecho callejón cercado de alambre y de un terreno poco accesible para la caballería. Por su izquierda, el río con precipitada bajada y profundo barranco, y por la derecha y retaguardia inmenso bosque de árboles seculares, que abría en pequeño semicírculo, formando una sabaneta de estrechas dimensiones. Ciento cincuenta hombres, más o menos, con Gómez y Martí a la cabeza, cargamos resueltamente sobre la avanzada enemiga que cerraba el callejón de la cerca de alambres. Macheteamos allí una parte de la avanzada, y seguimos adelante, salvado el obstáculo, hasta que nos colocamos a tiro de pistola de la infantería enemiga que había tomado posiciones muy ventajosas detrás de los árboles. Tres cuartos de hora duró aquella lucha. Tuvimos al fin que replegarnos hacia el camino que habíamos traído, dejando en poder del enemigo, sin apercibirnos de ello, el cadáver de Martí que había caído a cuatro pasos de la línea de fuego de los contrarios. Martí fue hasta allí revolver en mano, no llevado por la genial impetuosidad del caballo que montaba, como se ha dicho, pues éste no hizo más que obedecer al jinete, sino impulsado por un hermoso arranque de valor heroico, creyendo tal vez de este modo arrastrar a los suyos y conseguir la derrota del enemigo. Nadie le vio ni siquiera caer, porque el denso humo que produce la pólvora en los combates, se concentra más aún, cuando éste se efectúa en medio de un bosque, donde el aire es de más difícil circulación. A pocos momentos de iniciada la retirada, anunciaba el alférez Angel Guardia, que acompañó a Martí, hasta la misma línea enemiga donde cayera muerto, que aquel había sido herido de dos balazos a su lado y que a pesar de los esfuerzos que hizo no había podido recogerlo. Así murió Martí, en los campos libres del abrupto Oriente, con el pecho y cuello atravesados y de cara al sol, el 19 de mayo a la una del día, y en los primeros albores de la revolución cubana, que tanto le debía y a la que tanta falta debía hacer. En cuanto a mi juicio militar de aquel combate que usted me pide, sólo podré decirle lo que fácilmente habrá comprendido, conociendo la topografía del lugar en que se libró. Yo creo que haber esperado al enemigo en el campamento, cuya dirección traía, no era sensato, pero mucho menos atacarlo con caballería en sus inexpugnables posiciones. Haber esperado al enemigo en la orilla opuesta del río, desmontando una parte de la caballería y hasta flanquearlo por su derecha, era lo único que debía y pudo hacerse. No se hizo, y culpa, sin duda fue del general Gómez que dirigió el combate. Pues a los otros jefes no le cabe ni la responsabilidad colectiva de la consulta, que no hubo. Y para mayor abundamiento, el general Gómez, conocía más que todos aquel territorio, desde la guerra de los 10 años. Es todo cuanto debo hoy decir, como testigo presencial de aquel doloroso suceso, y en obsequio a su deseo patriótico. Soy de usted atento, seguro servidor y amigo. Juan Masó Parra. Continuará…/
Fuente.
Primera parte de un libro para la historia de Cuba. Curacao. Año 1904. Págs. 14 y 15