Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
Desde
tiempos ancestrales las tribus del África negra, no sólo practicaban
pintarrajearse los rostros. No, primero desde la infancia se hacían incisiones
en la piel, en la adultez se limaban los dientes al estilo carabalí, otros los
teñían alternativamente de rojo y negro, manteniendo este carácter primitivo
hasta nuestros días. Los habitantes
del Dagumbah tienen tres ligeras incisiones en cada mejilla, otras tantas
debajo de ellas y una debajo de cada ojo; los de Yahodi tienen tres incisiones
largas y profundas en el rostro; los mosi's ostentan en él tres incisiones
también profundas, y además una debajo de los ojos; los habitantes
del Bornú llevan toda la frente llena de cicatrices; los fobi's y los calanna's
se agujerean la nariz
(1). Casi todas las naciones africanas le rendían culto a uno o varios tipos de
animales, pero hay tribus que además de las serpientes, adoran al leopardo. Muchas
de estas incisiones las hacían en sus mejillas y pecho, con una pata disecada
de este último animal y luego de cicatrizadas las heridas las pintarrajeaban
con diferentes colores, sobresaliendo el rojo bermejo de la tierra, el amarillo
de los eriales llanos y extensos, y fundamentalmente el verde clorofilo que
representaba la selva. Otra de las costumbres, también en Asia, era llevar
cascabeles atados a los tobillos para con el sonido, ahuyentar las serpientes
venenosas. Algunas naciones recurrían a estas costumbres, con la creencia, según
ellos para embellecer el rostro, pero otras lo hacían con toda la intención de
afearlo y así intimidar cuando acudían a la guerra. En los tiempos de paz
esperaban la caída del sol para rugir los tambores, comenzar la zambra en medio
del alboroto y canturías, alrededor de una fogata. Así lo debieron haber visto
los castellanos cuando antes de descubrir el Nuevo Mundo, habían incursionado
por el África negra, específicamente la gran Guinea. Usaban trajes y adornos que les eran peculiares. Según el cura Bernaldez, los indios que se
presentaron a Colón, deseosos de irse con él, en la parte occidental de Cuba
iban engalanados ricamente, a su manera, uno como alférez llevaba un sayo de
plumas coloradas y una bandera blanca en la mano: él y sus demás compañeros,
traían pintadas las caras, y unos como juguetes que tañían; y plumas, una cada
cual, blancas sobre las cabezas, como celadas (2). En uno de nuestros
escritos mencionábamos que los areitos no eran más que las orgías de los
peninsulares, para divertirse y ridiculizar a nuestros aborígenes, al idéntico
estilo de la pantomima africana. Así se expandió por todo el continente
americano la costumbre de pintarrajear los rostros, y las plumas en la cabeza.
(1)
Nueva geografía universal, Volumen 2. Conrad Malte-Brun. Pág 280. Año 1881.
(2)
Cuba primitiva. Antonio Bachiller y Morales. Segunda edición corregida y
aumentada. Pág. 259. Habana. 1883.