Les aseguro que no muerde, aunque este libro haya sido uno de los más consultados, también es uno de los menos citados por un sin fin de historiadores cubanos.
El día 18, ya oscurecido, llegamos a La Bija, donde encontramos a Martí. El Maestro se encontraba solo, custodiado por unos cuantos hombres como escolta. El general Gómez se había separado aquella misma mañana con el resto de las fuerzas—en total cuarenta individuos—, con el propósito de hostilizar a una columna española que, según confidencias, debía pasar por Ventas de Casanova, conduciendo un convoy de aprovisionamiento de Palma Soriano a Jiguaní. La Bija era un sitio de labor que, por carecer de pastos, no ofrecía condiciones para que en él pudiera acampar una fuerza de caballería relativamente numerosa como era la nuestra. En tal virtud, en las primeras horas de la siguiente mañana nos trasladamos a un potrero próximo, llamado Vuelta Grande.
No fue sino hasta aquella mañana que, no habiendo tenido antes ocasión de acercármele y verle a plena luz, pude yo examinar la fisonomía de Martí. La última noche había sido oscura y el bohío aquel de La Bija sólo estaba alumbrado por la llama de una vela de cera que, fijada en un rincón del mismo, dejaba en confundible penumbra a todos los que allí nos cobijábamos. Por otra parte, Martí y Bartolomé Masó, apenas reunidos se habían apartado un tanto del resto del grupo, y, acomodados en sendos taburetes de cuero, hablaban entre si.
A la distancia a que los demás nos encontrábamos de ambos personajes, sus palabras se hacían ininteligibles y únicamente percibíamos el timbre de la voz de Martí, y en ocasiones también estos tres monosílabos que parecía tener el hábito de emplear al final de cada frase, como en demanda de aprobación de la misma, o a guisa de muletilla: "Si, ¡eh!, ¿no?; si, ¡eh!, ¿no?"
Martí hablaba mucho y de prisa, como quien necesita expresar muchas ideas en poco tiempo. Y no se estaba quieto un segundo. Tan pronto se ponía de pie como se sentaba, unas veces de cara a Masó, otras dándole su costado derecho, otras el izquierdo; ya acercaba el taburete, ya lo retiraba, y a ratos lo volvía con el espaldar hacia su interlocutor y se ponía a horcajadas frente a él. Continuará…/
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejercito Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Págs. 146 y 147.