El primero que reconoció el cadáver, fue el capitán don Enrique Satué. Alrededor del inanimado cuerpo de Martí se trabó un combate muy reñido por el interés que mostraban los rebeldes en rescatarlo. Hubo también otro incidente importantísimo; el de la herida de Máximo Gómez que, durante algunos días, extendió como auténtica la noticia de su muerte. Una versión afirma que Gómez estuvo en el lugar de los hechos desde el principio del combate, y que al querer rescatar el cadáver de Martí, recibió una descarga que le produjo una herida, aunque no de gravedad. Otra dice que el célebre cabecilla se había ya separado de Martí para dirigirse al Camagüey y que, hallándose a cierta distancia de Dos Ríos, oyó el rumor de la refriega. Al conjeturar entonces lo que pasaba acudió en socorro del jefe civil de la revolución, pero tarde ya porque Martí estaba muerto. Sea cual fuera la verdad de este episodio, lo cierto es que las tropas españolas, dueñas del campo emprendieron la marcha a Remanganaguas en donde se procedió al embalsamamiento del cadáver de Martí. Desde Remanganaguas se le condujo a Santiago de Cuba, resultando herido en el cuello el teniente Jorge de la Torre al repeler un ataque de los insurrectos que intentaban apoderarse del sarcófago. Ya en la capital de Oriente, los restos de Martí quedaron expuestos en el cementerio y, a pesar de la rápida descomposición que se había operado en ellos, el agitador separatista fue reconocido por muchas personas, según se consignó en el acta correspondiente. El coronel Sandoval despidió el duelo al verificarse la inhumación y el general Salcedo hizo dar a aquellos mortales despojos decorosa sepultura.
Estas palabras del Sr. Sandoval han sido manipuladas del discurso original en dicho acto:
“Señores: ante el cadáver del que fue en vida José Martí y en la carencia absoluta de quien ante su cadáver pronuncie las frases que la costumbre ha hecho de rúbrica, suplico a ustedes no vean en el que a nuestra vista está al enemigo y si al cadáver del hombre que las luchas de la política colocaron antes los soldados españoles. Desde el momento en que los espíritus abandonan la materia, el Todopoderoso apoderándose de aquellos los acoge con generoso perdón allá en su seno, y nosotros nos hacemos cargo de la materia abandonada, cesa todo rencor como enemigo, dando a su cadáver la cristiana sepultura que los muertos se merecen, he dicho”.
Las palabras originales del discurso de Sandoval son:
“Señores, ante la muerte no hay enemigos, y entre hombres de hidalga condición y cristianos sentimientos, como nosotros, deben cesar y desaparecer toda clase de odio y rencores. Nadie que se sienta inspirado de nobles sentimientos debe ver en estos yertos despojos un enemigo, sino el cadáver de un hermano. Los militares españoles luchan en el campo de batalla hasta morir, pero después del combate guardan consideración al vencido, y respetan y tributan honores al muerto. Seguidamente anuncio a los circunstantes que se costearía por los españoles una lápida para el nicho que debía guardar los restos de Martí. (2)”.
Fuente.
1.- Crónicas de la guerra de Cuba. Nicolás Heredia. Academia de Historia de Cuba. Reproducción de la edición de “El Fígaro”, hecha en 1895 y 1896, en dos cuadernos. Págs. 83-85.
2.- Cuba española. Reseña histórica de la insurrección cubana en 1895. Emilio Revertér Delmás. Barcelona. 1896. Págs. 334 – 335.