Autor. Ivo Basterrechea Sosa.
Cárcel Real de Sevilla.
El
negro curro o del Manglar no formó parte de la trata de esclavos en su venida
para América. Sobre él han escrito Cirilo Villaverde, Luis Victoriano Betancourt,
Carlos Noroña y cerrando el candado Don Fernando Ortiz, y luego han aparecido
artículos en revistas y periódicos sobre este ente social, algunos acertados,
otros no tanto, y hasta jornadas académicas sobre el tema, en la Habana,
coincidiendo todos, que el negro curro era andaluz. “Así nos encontramos con esclavos negros,
mulatos, blancos y de color loro que andaban por las calles, plazas, mercados,
fuentes, puertas y lugares neurálgicos como las Gradas -donde se subastaban-,
el Arenal o el Altozano, incorporando un colorido exótico a la población
sevillana. No era difícil distinguirlos; primero, por su color y atuendo;
luego, porque solían llevar tatuadas en las mejillas unas S y un clavo
(esclavo), una flor de lis, una estrella, las aspas de San Andrés o el nombre
de su amo. Al deambular por la ciudad lo hacían acompañando a sus dueños o
atentos a las tareas que se les encomendaba.” Y más adelante
continúa el artículo... En Sevilla, según
las crónicas, los esclavos solían reunirse alrededor de Santa María la Blanca,
que era un barrio frecuentado también por rufianes y gente de mal vivir, todos
los cuales organizaban con frecuencia pendencias y escándalos, que hacían
intervenir continuamente a la justicia. Allí los domingos y días de fiesta
solían celebrar grandes bailes, con panderos, tambores y otros instrumentos de
su tradición cultural autóctona. Así,
en el entremés "Los mirones", anónimo y atribuido por algunos a
Cervantes, se refiere un suceso que tiene lugar en la pequeña plaza de Santa
María la Blanca, delante de la iglesia de ese nombre, junto a la Puerta de la
Carne, "en cuya placetilla suele juntarse infinidad de negros y
negras". En dicho entremés aparece un "experto en negros", por
primera vez en la literatura europea, el cual argumenta el estereotipo asignado
a éstos de desobedientes, locuaces, poco racionales, infantiles y apasionados
por el baile, la guitarra y los tambores; como "extravagantes y graciosos
en cuanto piensan y dicen". Es aquí en Sevilla donde nace el germen de
lo que más tarde se conoció en la Habana, como negro curro. Unos negros que no
fueron traídos a la Habana por sus dueños, ni como esclavos, en el sentido
estricto de la palabra. Los negros curros se formaron en las prisiones, y una
de ellas bien pudo ser la Cárcel Real de Sevilla, muy ligada al grande Miguel
de Cervantes. A su extravagancia y gracia, se unió la jerga del presidio, los
modos y ademanes para poder sobrevivir aquel ambiente. El negro curro, antes
que todo fue un hombre de ciudad, en principio “dedicado a labores domesticas y a los talleres”, que por
todo lo anterior fue traído como presidiario en los tiempos de la construcción
naval en la Habana, nos referimos en las primeras décadas del siglo XVIII,
hasta oficializarse el Real Arsenal con sus propias cárceles y los empleaba, además
de aquellas labores vinculadas a la construcción naval, también a la tala de
nuestros bosques. Ya antes habían negros libres en la Habana, pero creemos que
fue en los momentos de la Toma de los ingleses, donde esos prisioneros matonescos,
rufianes, ladronzuelos, fanfarrones y bravateros, aprovechando la confusión o
la promesa de liberarlos si combatían por la causa, escaparan refugiándose en
el barrio del Manglar, al cual la Junta del Gobierno de la ciudad, mandó a
prenderle fuego, pero más tarde volvieron a levantar el barrio que sirvió de refugio
al negro curro, al que desarrolló todo su arte hamponesco, los vicios del
juego, el control de los naipes, la bebida y las mujeres, aquel que entre los
demás detalles de su indumentaria lucía los calzones de lienzo de listado o de
color blanco, estrecho en la cintura y ancho como campana al estilo marinesco.
(1)
La web Alma Mater Hispalense, de la Universidad de Sevilla.