Yo no llevaba armas de ninguna clase, pues todavía no se me había presentado la ocasión de quitárselas al enemigo. Aquel mi compañero del momento era un vizcaíno, uno de esos soberbios tipos vascongados, de facciones enérgicas y de recios músculos. Estaba muy excitado y le gritaba a los españoles:
—Salir limpio peleando, españoles; salir limpio peleando.
Lo que en verdad resultaba una ironía, porque éramos nosotros y no ellos los que estábamos enmatojados. En esto alcanzamos a ver, un poco a nuestra derecha y por entre unos ramajes, la bandera cubana, y nos dirigimos hacia allí. El abanderado, Carlos Bertot, estaba completamente solo en una pequeña campa con nuestra enseña desplegada, no obstante, la frecuencia conque las balas le ronroneaban al oído, íbamos a continuar a reunimos con el número de los nuestros cuando apareció Celedonio Rodríguez, diciéndonos al pasar:
—Creo que a Martí lo han muerto.
Y seguidamente llegó el general Masó, diciéndonos lo mismo; segundos después vimos a Ángel de la Guardia que, saliendo de un poco más a nuestra izquierda, nos dijo:
—Creo que a Martí lo han matado.
—¿Dónde cayó? —le pregunté.
—Por allá—me dijo, señalando con la mano.
—¿Tú lo viste caer? —volví a preguntarle.
—Estábamos juntos—me respondió.
—¿Y cómo lo dejaste? —le interrogué de nuevo.
—Traté de echármelo a cuestas, pero no pude—me contestó.
Inmediatamente vimos venir al general Gómez seguido de Paquito Borrero y las demás gentes, ya en retirada. Poco después hicimos alto en un limpio del terreno, donde los generales Gómez, Masó, Paquito Borrero y demás principales jefes deliberaron unos cuantos minutos. Cuando, sin conocer yo el resultado de sus deliberaciones, vi que íbamos a proseguir la retirada, le dije al general Masó que tal vez Martí no estuviera muerto, sino herido y dentro de algún maniguazo; que si nos marchábamos dejándolo, el enemigo, al reconocer, como es de costumbre, el campo donde se había librado la acción, se iba a apoderar de él; y señalándole a un joven oficial —Ramón Garriga—, que por haberlo visto yo siempre al lado de Martí lo creía su ayudante, le propuse que nos dejara a los dos allí para registrar la manigua. El general Masó me contestó con acento de autoridad:
—Eso se hará cuando se pueda y se ordene.
Continuará…/
Fuente:
Mis primeros treinta años. General Manuel Piedra Martel (coronel del Ejército Libertador) Ayudante de Campo de Antonio Maceo. La Habana. 1943
Págs. 153 y 154