El fracaso del plan de La Fernandina que solo él dominaba en sus detalles, lo hundió en la tristeza. Una noche de nevada densa, en el hotel Martín, con Gonzalo de Quesada ––que nos acompañaba a comer––, aguardábamos Mayía, ColIazo y yo, la llegada de Martí, bastante retardada. (…) Indecisos ante la multitud de platos desconocidos, nos encontrábamos cuando llegó cubierto de nieve, y como fatigado. Sacudió la nieve del abrigo, y al colgarlo en el perchero nos dejó oír sus habituales suspiros. Se dirigió a la lámpara y aumentó toda la iluminación del gas; porque, como Goethe, amaba la luz. Y al sentarse entre el general (Mayía) Rodríguez y Enrique Collazo volvió a suspirar… El general Rodríguez vio la oportunidad para obtener de Martí la definición de un suspiro. Para que me fijara me tocó la rodilla y dijo: "Vea, Martí, no me gusta oírlo suspirar. El hombre que está al frente de un pueblo, debe ser de hierro. El dolor más grande que puede abrumar a un hombre lo he recibido sin una queja cuando las balas españolas me destrozaron la rodilla. ¡Ni me quejé, ni suspiré, ni nada! Hice frente al dolor. Lo que Cuba necesita en usted es una energía de hierro, que no consienta ni debilitamientos, ni suspiros. Inmediatamente respondió el Maestro: "Un suspiro no es una queja, ni es una debilidad. Ustedes saben de unos ríos subterráneos, de aguas salobres, que corren bajo los áridos llanos de Yucatán. A veces la tierra se abre y por entre la honda grieta se percibe un rumor... Y el río sigue, con sus aguas amargas, a perderse en el mar... Los llaman cenotes... Pues bien, cenotes; eso son mis suspiros". El general Mayía Rodríguez sonrió: "Fue una broma, Martí, para que nos definiera usted un suspiro. Muchas gracias” (1). Martí era un hombre ardilla; quería andar tan de prisa como su pensamiento, lo que no era posible; pero cansaba a cualquiera. Subía y bajaba escaleras como quien no tiene pulmones. Vivía errante, sin casa, sin baúl y sin ropa; dormía en el hotel más cercano del punto donde lo cogía el sueño; comía donde fuera mejor y más barato; ordenaba una comida como nadie; comía poco ocasionada; días enteros se pasaba con vino Mariani; conocía a los Estados Unidos y a los americanos como ningún cubano; quería agradar a todos y aparecía con todos compasivo y benévolo; tenía la manía de hacer conversiones, así es que no le faltaban sus desengaños (2). Era un hombre de gran corazón que necesitaba un rincón dónde querer y dónde ser querido. Tratándole se le cobraba cariño, a pesar de ser extraordinariamente absorbente. Era la única persona que representaba la revolución naciente; los demás eran instrumentos que él movía; Benjamín Guerra era la caja; Gonzalo de Quesada era parte de su cerebro y de su corazón; pero en realidad era su discípulo. Martí lo era todo, y ese fue su error, pues por más que se multiplicaba era imposible que todo lo hiciera solo. Dormía poco, comía menos y se movía mucho; y sin embargo el tiempo le era corto. Se puede concretar diciendo que el Partido Revolucionario era Martí (3). Continuará…/
Fuente.
1.- Memorias de la guerra. Enrique Loynaz del Castillo. Editorial de Ciencia Sociales. La Habana. Pág. 103
2 - 3.- Cuba independiente. Enrique Collazo. Habana.1900. Págs. 51 y 52.